VISIONES DE CIUDAD
Lo
oculto a la luz, la luz de lo oculto
VISIONES DE CIUDAD
Lo
oculto a la luz, la luz de lo oculto
Tuve
un sueño en donde me vi atravesando la ciudad por un camino angosto dos veces. Cuando
desperté, un amigo llama a la puerta, eran las doce de la tarde un domingo. No
tenía nada que hacer, y solo quería sentir el olor del café a medio quemar. Mientras
caminaba por las calles de la ciudad, vi miles de personas andando como hormigas; parecen fantasmas asomados por puertas y ventanas. Yo en mi intimidad pensé que
la ciudad es la mezcla del placer y el terror. Placer porque existen mujeres
bellas y terror por el hablar nocturno de las calles.
¿Será que somos fantasma
en la ciudad?
Eran
las dos o tres de la tarde, un jueves (o un viernes, no recuerdo bien). Estaba
sentado en la alcoba de mi apartamento, y miraba al fondo como el cielo se
expandía tras el horizonte, y siento la tarde como cualquier día porque estaba en algún lugar lejos de mí, pensando
en lo que debería escribir (lo más correcto por lo menos). En ese momento, tuve
la extraña sensación de querer caminar en medio de la noche. Me asustaba tener
que ver algún hombre sucio con una bolsa de pega en la mano.
No perdí un solo momento. Me bañé como pude
y peiné mi cabello. Demoré unos veinte minutos de camino hacia el parque la Libertad. Historias de muerte y suicidios corrían tras el fervor
nocturno, notando que entre sus calles existían tantas diferencias, estratos llenos de riqueza y pudor junto con lugares de mala muerte y vulgaridad.
Pereira
es una ciudad de contrastes. Todo el centro en la noche eran de los
comerciante, y buscaba el silencio en la noche sin haya lo que indagaba. Además el centro estaba atestado de ruidos y quería encontrar algún lugar silencioso.
No
aguantaba las ganas de tomar algo. Quería sentir algo líquido tocar mi boca, así que me acerqué a una chasa y compré una botella con agua. Él
hombre que me atendió hablaban sobre una época particular de Colombia donde avionetas y
carros tiraban caletas llenas de dinero a la calle. Decían, <<yo llegué a recoger
doscientos mil pesos en billetes de cincuenta>>. Qué fortuna tener tal
experiencia a pesar de que el rico me trate como una rata y el grande me trate
como un indigno.
Estaba aburrido y se me ocurrió la idea de ir al cementerio. Caminé con estupor en mi boca, hasta
que llegué al cementerio de la 34. En la noche las esculturas parecen cobrar
vida. Compré una botella de
vino y un trozo de pan, salté la reja, saqué un libro y comencé a leer mientras la luna reflejaba los apellidos
de las tumbas. Mis ojos estaban perdidos, mi corazón latía mucho más rápido, la presión subía y subía. Luego, justo cuando ya estaba por irme vi una sombra que me miraba, me miraba como si quisiera
algo de mí. Corrí, salté, grité como nunca antes. Estaba asustado. Sabía que
era una mala idea y luego de pasar por los bares del Lago más bien fui a mi
casa a dormir.
Tuve
un sueño en donde me vi atravesando la ciudad por un camino angosto dos veces. Cuando
desperté, un amigo me llamó a la puerta; eran las doce de la tarde un domingo. No
tenía nada que hacer, y yo solo quería sentir el olor del café a medio quemar.
Lo acompañé al Centro pero cuando abrí la puerta, sentí que el sol pegaba en mi cara como un mal. Cuando llegamos al Centro vi alzarse en
el cielo la imagen de la catedral. Yo solo quería silencio. Cuando
entré a la catedral sentí el ruido de mis pasos y el rítmico aspirar de mi
pulmones. Por fin pude encontrar silencio. La residencia de signos era tan
variada que no sobra decir lo místico que podría llegar a ser el lugar; sus ventanales tenían el diseño de vitrales inspirado en Cristo, íconos reveladores
para una época. Al lado derecho había un crucifijo enorme, que mostraba el
rostro lacerado de Jesús. Yo y mi curiosidad llegamos al fondo de la catedral
en donde estaba ubicado el crucifijo. Vi orando a algunas personas que
demostraban el silencio de Dios en su oración. Solo en el silencio está la
reflexión, y significa para un cristiano tanto como el comer diario del pan.
Quería sentir el olor del incienso, que
recuerda tanto un símbolo como una necesidad. Busco un Dios que está detrás de
las paredes del silencio; busco un Dios que está en el olor del sahumerio, un
Dios oculto en la oración. ¡Qué placer! ¡Qué belleza! El silencio es placer, el
silencio es ciudad. ¡Pero es que yo pienso en el silencio no como una comunión!
O tal vez sí, y no me he dado cuenta hasta ahora. ¿Será que mi significado del
silencio cambió? Es lo más probable.
No hay libro que supere la verdad más
grande. Soy el silencio de la historia, de los libros; soy el silencio de las ramas
de un árbol. Está mi ciudad, ciudad erótica,
ciudad de terror, de miedo, de mitos y leyendas. Mi ciudad es una ciudad de
contrastes. Una visión, o un sueño queriendo sentir el olor del café a medio
quemar.
ete sech
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