Sexo y morfina




1

Recuerdo tanto a esa mujer. Era absurdo. Fue, es y sigue siendo un recuerdo que no atesoro en mi vejez; ya que bajo la luz de esta ciudad caminaba una silueta femenina. Cuando se acercó noté que no tenía gracia; sus ojos eran saltones y su tez una suerte de guerra con sí misma. Se acercó pidiendo ayuda, la había dejado el bus. Lo presentía: creía ser desgraciada igual que yo. Cuando me habló, sentí su voz apacible y tímida. No dudé en ayudarla. Yo ya estoy viejo, y me volví indiferente a las charlas. 
Reconocía el tacto de aquella mujer. Era limpio y lúcido; podía escrutar el dolor de alguien en segundos. Yo decía cuanta estupidez podía, y ella solo se reía con una tímida sonrisa que conmueve he inspira. Yo la odié por un instante; la odié porque parecía ser igual a mí.
-La noche está fría ¿No lo crees?
-Sí, es cierto.-No frecuento cosas así.  
-¿Qué cosas?
-Lugares en la noche. Bueno, no es que salga mucho.
-Yo tampoco. 
Ella me miró, notó mis canas y afirmó de manera graciosa "que no era común mirar a una persona de mi edad en altas horas de la noche". Yo simplemente me reí con ella. 
La interrumpí. -Bueno, dime una cosa ¿Si no sales; porqué estás a esta hora por acá? 
-Trabajé hasta tarde; pero más bien esa pregunta aplica en usted. 
-Bueno yo estuve esperando a mi hija; “hice una pausa”. -Por lo que parece ya no llegó. 
-Lo siento. Yo también tuve problemas con mi madre. 
La miré con ternura y ella asintió.
-No hablemos más- le dije- así jamás llegaríamos a su casa. 
Nuestros pasos eran lento. Yo la miraba, y veía cuanto hablaba de su familia. De paso a paso mencionó a todos sus primos y vecinos, fiestas y celebraciones. Por desgracia yo solo la escuchaba. Yo no tenía mucha familia. Los pocos recuerdos que tengo de mi madre son los azotes que le daba un hombre borracho. Si lo pienso lo único que tenía era a mi esposa, pero ella murió hace dos años; y mi hija solo viene cada vez que puede. Le mostré en mi silencio la falta de calor que tenía y solo me dice: “yo te entiendo; mi madre me maltrataba mucho siendo niña”. En ese momento hubo empatía, amor y hasta deseo. Sentí brevemente ganas de conquistarla. Entonces paré y ella se detuvo, la miré luego la besé. La primera reacción de ella fue de espanto, ¿qué viejo en la noche la ha besado? Creo que ninguno, aun así ella sintió en mis labios la calma que podía brindarle. A mi edad eso es un logro monumental. Recuerdo que la besé como si nunca en mi vida hubiera besado a alguien. Recordé a mi esposa y no miento, deseaba morir de felicidad. 
Cuando terminamos ella me abrazó y dijo. -Es usted muy amable, literalmente.
Los dos estábamos en un shock idílico y sentí que el alma me volvía al cuerpo. Llegamos al puente rumbo a su casa; era un poco alto, no tanto. Al final estaba su hogar.
-No que sé decirte. ¡Ni si quiera se tu nombre!-
Yo la miré y le dije (hasta poéticamente). -Eso no importa.
Luego clavamos nuestras pupilas el uno con el otro y dije.
-No sé qué es esto.
-Yo tampoco lo sé.
Hubo un silencio incómodo; aterrador, distante y sorpresivo. Ella se puso a llorar. No entendía que pasaba; solo decía: los siento, lo siento mucho. Ahora si dudaba de su felicidad. Gasté mi boca diciéndole que se calmara pero era inútil. Lo único que hizo fue correr, como si nunca en la vida hubiera corrido. Yo no pude alcanzarla, era muy viejo hasta para trotar. Luego ella llegó a la mitad del puente, miró hacia abajo y se tiró. No entiendo tal reacción sorpresiva. Estuve en shock por unos minutos; luego, lloré como un viejo amargado que había perdido una hija o una amante.        
Se suicidó; pero antes quería doparse con el último sexo hasta llegar a parecer morfina. Ella quería sentir el fuerte y vigoroso toque de una mano masculina antes de decidir dormir con la nada. Yo soy un anciano y no sé si sirva ya para eso. De todas maneras solo recuerdo algo; el suave sonido, casi imperceptible que tenía un cuerpo, cuando toca el frío concreto de una calle casi siempre transitada. 


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