El parque central (cuento)
1
Frágil era la luz de la noche. Pequeños puntos de luz
entraban amistosos por la ventana de Teodor. Su vida -que era incierta- se vio
frustrada por una enfermedad que combatía a toda hora. Tosía y escupía sangre
por la boca mirando la taza del baño. Él era un hombre común y a la vez no tan
común. Sería imposible que pasara desapercibido ante el juego de la historia.
La rutina de Teodor era sencilla; se paraba del sofá, comía
lo que encontrara y pasaba tiempo viendo programas en el televisor. Normalmente
él no procuraba alimentarse; ¡ni si quiera desayuna! Su casa era la unión entre
el cuarto de un niño y la mente de un filósofo. Su cama, un colchón desmembrado
con algunos remiendos sencillos que el mismo hizo. No había mucho; lo demás, lo
dejo a la imaginación.
¡Qué particular! En él, no hay fetiche más extraño que el
de su biblioteca. Teodor era un hombre que cuidaba con excesos su biblioteca –a
pesar de que no le gustara mucho leer-. El único lugar limpio entre todo su
desorden era ese; y cosa particular, su cuaderno de apuntes y su caligrafía
eran excepcionales.
Un día Teodor perdió la noción del tiempo; el agujero
de su ventana ya no estaba; así que se
levantó y en vez de sentarse a la mesa, se arregló como pudo, prendió un
cigarrillo y se dirigió rumbo a la calle. Ya llegando a la puerta se resbala de
sus manos su cuaderno; dio algunos saltos y rodó hasta llegar a los pies de una
mujer alta, de cabello rojo natural y con una mirada dulce. Recogió el cuaderno y se acercó sin que él lo
supiera. Teodor estaba como en un trance; balbuceaba y no era capaz de hablar.
Ella sonrió y por cortesía dijo: "hola, ¿cómo estás?". El no
responde. "Se te cayó el cuaderno”.
Llegó al parque central. Abrió su cuaderno; lo leyó, y
luego vio pasar hasta la última persona en medio de la noche. Cuando ya era
tarde se levantó, cerró su cuaderno y tomo rumbo directo a su apartamento. Al
llegar subió las escalas, y encontró a la misma dulce pelirroja de la mañana.
Cruzaron palabras.
-Hola.
-¡Hola!- respondió el con una sonrisa nerviosa.
-¿Te sentías bien en la mañana?- Preguntó ella. -Quería
presentarme, soy nueva en este lugar.
-Bueno, ¡bienvenida! -asintió con la misma actitud nerviosa.
- Espero no se haya sentido agredida; venía pensando solamente.
Ella lo mira con cierta duda.
-No quiero pasar de descortés, pero ¿Qué tanto piensas?
-No quiero decirlo.
-¿Porqué?
-No, no lo quiero decir.
-Bueno, debe ser algo muy personal ¿No?
-Sí, la verdad es muy personal. Bueno, lo siento debo irme.
El no quiso responder. Ella perdió el interés, y luego se
despidió muy amablemente de él.
2
Teodor tenía una parte oculta en su vida. Pareciera como si
él en medio de la noche cambiara totalmente. Su gusto radicaba en comer siempre
un tipo de carne diferente cada día. Beber sangre era lo que más le gustaba. Todas
las noches antes de dormirse, se inyectaba una aguja y drenaba su sangre hasta
tal punto de sentirse sin vida. No quiero que piensen que está loco; es más, es
la persona más cuerda que conozco. No muchos tienen el criterio de decir que
alguien está loco; yo -el que habla- sabe muy bien que cada uno ha hecho cosas
peores que Teodor. Pero todo cambió cuando miró por primera vez el rostro de
esa pelirroja. Solo faltó una mirada para que él se enamorara de ella. Sus días
eran luchas; ya no lo son. Su mente era intranquila; ya no lo es. Así que bajó
por las mismas escalas en busca de ella y no la encontró; así que decidió ir
directo al parque central. Ya era de noche; así que se sentó y se dispuso a
esperar para verse con ella. Solo quería hacer tiempo para subir ansioso las
escalas.
Al fondo una imagen
delgada se acerca; era la pelirroja. Caminaba despacio, sin prisa y sin miedo.
Cuando ve a Teodor ella se llena de curiosidad. Se acerca y él lo saluda. La
mira a los ojos y ella cae tendida bajo su falsa imagen de hombre lúcido. Se acompañan en todo el camino. La seduce y le
destapa el alma completa. Ella cae rendida, y aflora toda su feminidad.
Sus pechos eran redondos, su cadera era delgada y deliciosa.
Todo parecía un sueño, pero él se
mostraba indiferente.
Eran otras sus
intenciones. Su mirada parecía muerta y sin sentido.
Llegando al apartamento, él cerró la puerta y la pelirroja
se abalanzó sobre él. Ella no entendía que pasaba; le preguntó si lo excitaba, y Teodor solo guardó silencio, se dirigió a
la cocina, agarró un cuchillo y se lo clavo en el pecho. Ella cayó. Su sangre
salía a borbotones. Teodor le tapó la boca. Todo parecía planeado. Lo más sucio
de este hombre es que al quitarse la ropa, la miró y luego la violó mientras
moría lentamente. Él cogió cada parte de cuerpo y lo desmembró. No había forma
de que la escucharan; no podía pedir ayuda. Además ella ya estaba muerta. Lo
último que hizo es comer como acto caníbal cada parte de su cuerpo a través de
los días.
Al día siguiente, el mismo foco de luz que atravesaba la
ventana daba justo sobre el cuerpo mutilado de la joven pelirroja. Nunca se
supo su nombre; pero ahora eso ya no importa. Está muerta. En cuanto a Teodor
se colgó; no aguantó el peso del amor y demencia. Lo último que dejó fue una
carta que no tiene sentido ni para la más cuerda de las personas. Es más, para
mí que soy el testigo de esta historia, me parece impensable escribir tal cosa:
"Tengo una pregunta".
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